Reseña de Absència
RESEÑA DE ABSÈNCIA, POEMARIO DE BEGOÑA CHORQUES FUSTER
Hace unos días falleció una de las grandes voces poéticas de este país, Francisca Aguirre, a los 88 años. Su necesidad de escribir, de poetizar
surgió de una herida: la muerte en
la cárcel de Porlier de su padre, el policía republicano y pintor Lorenzo
Victoriano Aguirre. Unos pocos días
antes de su ejecución a garrote vil, la pequeña Paca se puso de rodillas en el
Pardo ante la hija del mismísimo Franco para pedirle que transmitiese a su
papá la súplica de cambiarle a Lorenzo Aguirre la condena de muerte por la de
cadena perpetua. Casi 30 años después de que se abriera aquella herida,
Francisca Aguirre recogía la ausencia del padre en estos versos finales de su poema Hace tiempo:
Pero no volvió nunca.
Solo quedan sus cuadros,
sus paisajes, sus barcas,
la luz mediterránea que había en sus pinceles
y una niña que espera en un muelle lejano
y una mujer que sabe que los muertos no mueren.
Y es que hay heridas que no terminan de cerrarse nunca. Son esas que en parte nos
hacen ser quienes somos. Para Paca Aguirre fue la herida del padre ejecutado. De
la herida de Begoña Chorques Fuster,
autora de Abséncia (Ausencia), si me lo permiten, les hablaré a
continuación.
Dice el poeta catalán Joan Margarit,
que nadie es más realista que un poeta.
De hecho, si sirve de algo la poesía, además de guarecernos de la
intemperie —como también señala
Margarit— es, creo yo, para
sembrar los jardines de dudas y decir verdades que a veces contradicen las
leyes geométricas: verdades sobre el amor, la soledad, los miedos, la tristeza,
la amistad pero también la muerte. La propia y la ajena. Siempre he pensado que
no hay mejor definición posible de la muerte que la de estos versos de
Salvatore Quasimodo:
Cada uno está solo sobre el corazón de la Tierra
traspasado por un rayo de sol,
y de pronto la noche.
Ese “y de pronto la noche”, en el
caso de Begoña Chorques Fuster es la
muerte de la yaya Trini.
En Absència, en Ausencia, Begoña no fabula, no esquiva, no serpea ese
acontecimiento traumático que supuso en su vida el fallecimiento de su abuela. Este segundo poemario de la autora de Xátiva —compuesto en
catalán y traducido por la propia poeta al español— es
una crónica poetizada llena, si se me permite, de flash backs de lo que ese yo lírico suyo recuperó tras aquella
pérdida que, me temo, no está dispuesta
a asumir, porque Begoña (a la que conozco y admiro desde que su primer
poemario, Olor de poma verda, me agitara y nos reuniera en el amor por la
poesía) nunca estará preparada para la ausencia de su abuela y —lo digo aquí, públicamente, no para que conste en acta, sino para encajarlo como un acto suyo de
rebeldía frente a la inexorabilidad de la muerte—, dado que le
duele tanto su ausencia, ella, Begoña
Chorques Fuster ha decidido escribir y publicar este poemario con el que contradice
a la muerte, al menos a una de ellas. La propia Begoña da a entender que hay
dos muertes y contra la que se siente capaz de luchar es contra esa tan
manriqueña que sucede cuando nos cae encima el olvido de la palabra. Y nos muestra la solución poética, la manera que ha encontrado ella de plantar cara a esta otra muerte y que nos
confiesa en Transferencia 3: “Los libros y las palabras me vuelven a
situar cerca de ti”. De hecho, cuando Begoña confiesa en su poema Negación “Me aferro al tabique de la memoria/
guardando cada recuerdo quebradizo/ en botellas de vidrio deformado/ por ríos
de fuego que me queman la mente”,
en realidad nos viene a decir que por encima del dolor, está
su certeza de que se pueden
alimentar los recuerdos como se alimentan a
las palomas. La memoria de la abuela fallecida se sostiene
y engorda en este bello poemario que no solo habla de la yaya Trini, sino de mi
abuela, de nuestras abuelas. Begoña Chorques Fuster rememora y se duele, pues,
pero, y permítanme que vuelva a Joan Margarit, desde ese realismo, desde esa
capacidad de disparar verdades que tiene siempre la poesía, la buena poesía. Verdades
que a veces se convierten en Absència en auténticos aforismos
camicaces, como esa terrible verdad que nos dispara la poeta de que “La vida no tiene piedad de nadie” o esa otra tan cercana al surrealismo lorquiano: “Los
políticos juegan a los dados con el pan que falta a los niños”.
Antes de continuar, me gustaría
detenerme en el título, tan obvio ¿verdad?: ya no está la yaya Trini, luego hay
que hablar de su ausencia. Sin embargo,
creo yo, que en verdad la ausencia al terminar uno de leer el poemario inevitablemente hay que entenderla como un maravilloso oxímoron: y es que no hay nadie tan presente en el receptor, tras la lectura de Absència, que esa mujer
vital y anciana a pesar de su fallecimiento: la yaya Trini se halla por siempre
guarecida, nombrada entre estos versos inmortales; e insisto, no solo ella,
sino también nuestras abuelas: mi abuela Fausta, su abuela Lute, su abuela
Marcela, nuestras abuelas. La ausencia se
convierte pues, en presencia a través de esos poemas que se centran en el
momento de la muerte y de esos otros flashback
que relatan episodios del pasado protagonizados por nieta y abuela y que nos
hacen pensar en un poemario atípico, cercano al relato poético, pero también al
realismo mágico que aparece en Sueños, cuyos versos son un aguijonazo al alma: “Esta
vez te he de explicar que es este el definitivo adiós, hirsuto infortunio de tu
partida, cruel y duro anuncio de tu final”. Tras contar el yo lírico a la
abuela que ha fallecido, Begoña termina con unos versos que, no obstante, reconfortan del
tono elegiaco:
Con mis dedos repaso el perfil
de tus ojos, astillas de mar, que llegan
a mis manos que quedan en paz.
Para finalizar, me gustaría hacer reparar al lector en algo que a mí, particularmente,
me desconcertó cuando leí por primera vez Absència: las citas que
encabezan algunos de los poemas.
“El pasado es una criatura tan curiosa”. (Emily Dickinson)
“Subiré la tristeza al desván”. (María Mercé MARÇAL)
“Me protegen tus brazos del invierno”. (Alfonsina Storni)
“Me voy de ti con vigilia y con sueño”. (Gabriela Mistral)
“El viento muere en mi herida”. (Alejandra
Pizarnik)
“Cuando callamos seguimos teniendo miedo”. (Audrie Lorde)
“Se acaba la inocencia”. (Szymborska)
“La espera ha comenzado de nuevo”. (Silvia Plath)
“La poesía necesita de una madre”. (Virginia Woolf)
Se trata de nueve voces de mujeres,
grandes autoras pero también referentes en muchos casos de la lucha
feminista. Son citas y son escritoras que mantienen la coherencia de ese universo
femenino creado por Begoña en Absència. ¿Por qué entonces abre su poemario con una cita del Calderón de la Barca
de La
vida es sueño? ¿Por qué esas
palabras del príncipe Segismundo "Mas sea verdad o sueño,/obrar bien es lo que importa;/si fuere verdad, por serlo;/si no, por ganar amigos/para cuando despertemos? Y cuando uno tiene una duda, lo mejor es preguntar. Y así lo hice y me gustó tanto la respuesta de Begoña como su poemario.
En La vida es sueño, hay un personaje femenino, Rosaura , que para luchar por su honra se disfraza de hombre y, curiosamente, en una puesta en escena magistral de Helena Pimenta que realizó la Compañía Nacional de Teatro Clásico, en 2012, año en el que enfermó la yaya Trini, el papel de príncipe Segismundo no lo interpretó un actor, sino una actriz que recibió ese mismo año el Premio Nacional de Teatro: Blanca Portillo. Tal y como me confesó nuestra poeta, que vio esa representación en dos ocasiones, le impactó sobremanera aquel Segismundo, como también me ocurrió a mí y a tantos que vimos aquel montaje, porque la Portillo tenía la fuerza no de un hombre, sino de lo humano. Begoña estuvo además en una mesa redonda donde Blanca Portillo habló de su personaje, contó anécdotas personales, como que era la cuarta de ocho hermanos en una familia en la que el padre murió prematuramente, y le escuchó recitar con vehemencia esos versos con los que abre su poemario. Los eligió, tal y como me explicó en una conversación por whatsapp, porque en ellos estaba no sólo la voz de Blanca Portillo o de Segismundo o de Calderón, sino también la de su abuela; resumían muy bien, según Begoña, la filosofía de vida de la yaya Trini: “obrar bien es lo que importa”, sea (la vida) verdad o sueño.
En La vida es sueño, hay un personaje femenino, Rosaura , que para luchar por su honra se disfraza de hombre y, curiosamente, en una puesta en escena magistral de Helena Pimenta que realizó la Compañía Nacional de Teatro Clásico, en 2012, año en el que enfermó la yaya Trini, el papel de príncipe Segismundo no lo interpretó un actor, sino una actriz que recibió ese mismo año el Premio Nacional de Teatro: Blanca Portillo. Tal y como me confesó nuestra poeta, que vio esa representación en dos ocasiones, le impactó sobremanera aquel Segismundo, como también me ocurrió a mí y a tantos que vimos aquel montaje, porque la Portillo tenía la fuerza no de un hombre, sino de lo humano. Begoña estuvo además en una mesa redonda donde Blanca Portillo habló de su personaje, contó anécdotas personales, como que era la cuarta de ocho hermanos en una familia en la que el padre murió prematuramente, y le escuchó recitar con vehemencia esos versos con los que abre su poemario. Los eligió, tal y como me explicó en una conversación por whatsapp, porque en ellos estaba no sólo la voz de Blanca Portillo o de Segismundo o de Calderón, sino también la de su abuela; resumían muy bien, según Begoña, la filosofía de vida de la yaya Trini: “obrar bien es lo que importa”, sea (la vida) verdad o sueño.
Y sí, ya para concluir, el yo lírico en Absència, habla de la
yaya Trini, pero en estos versos que necesariamente uno lee y asume con ojos de
luna llena, está también la certeza, como decía al comienzo de esta reseña,
de que en cada uno de nosotros hay heridas que nunca se cierran para
recordarnos que somos, que existimos, "sea verdad o sueño".
Gracias, Pilar, por tus palabras. Me emocionan profundamente...
ResponderEliminarGracias a ti por construir ese techito lírico donde guarecernos.
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