La calle: no se me ocurre mejor lugar para escribir poemas

POESÍA PARA CRUZAR LA CALLE

Todo barrio se merece un poema, escribía hace tiempo mi amiga y poeta Soledad López, y BulevArte Fuenlabrada llenó  la avenida de la Universidad y sus pasos de peatones de poesía. Fue para mí un honor formar parte de los artistas invitados a esa tarde de sábado mágica en la que se recaudaron fondos para la fundación EnganCHADos. 
Este es uno de los poemas que recité. Lo escribí tras ver una dura imagen en el telediario: el cuerpo de un niño envuelto en papel dorado en una playa de Barbate.

SAMUEL

Me aparto la venda del portátil
distraída por los gritos y risas
que arremolinan la mañana
a la hora del recreo.
Imagino a todos esos niños
asomados al asombro del mundo:
la arena del patio,
los cromos repetidos,
las historias de superhéroes y titanes.
Pienso en Samuel.
Él no está encordelando su peonza,
ni jugando al rescate:
en el mar de nada valen los crucis.
Samuel no está en ese patio.

Lo conozco desde hace solo un par de días.
Me gusta hablar de él en presente.
"Se llama Samuel,
tiene seis años,
es hijo de Veronique.
Aún hoy es hijo de Veronique".
También me gusta hablar de ella en presente.
Hasta el mar,
que sabe hacer callar los sueños,
aún cuando se está a pocas millas de orillarlos,
a veces vuelve a parir los cuerpos
para que hablemos de ellos en presente. 
Y el nuevo parto de Samuel ocurrió...
o mejor, 
ocurre en una playa de Barbate,
a esa misma hora en la que a este lado del Estrecho
las madres despiertan a sus hijos para ir al colegio.
A esa misma hora en que Veronique
hubiera vestido a su hijo
si el mar y las vendas en los ojos
no se los hubieran tragado. 

Sólo he visto una sola vez su tamaño,
el de Samuel,
envuelto en papel dorado.
Lo vi en mi televisión
tumbado sobre el castillo de arena
que construyen los niños
para que el mar no se los trague.
Sé de Samuel y Veronique
por esa noticia que el mar 
arrastra hasta el telediario:
"Son madre e hijo
y huyen de la República del Congo".

Suena la sirena del colegio
para hacer callar a los niños.
Samuel no la escucha.
Yo vuelvo a mi portátil.
De nada sirve llorar por Samuel y Veronique
toda la sal del Estrecho:
las lágrimas de ningún poeta 
los devolverán a la vida, 
pero a veces "la poesía 
es un arma cargada de futuro".
Y me gusta pensar en Samuel y Veronique
arropados entre unos versos,
a salvo del  mar,
a salvo de las vendas en los ojos. 



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