Ensayo sobre las otras literaturas españolas
LAS OTRAS HISTORIAS DE LA LITERATURA
Borges nos habla de que la
Literatura universal es ese gran libro de todos los libros escrito desde hace
4000 años por sumerios, hindúes, persas, árabes, hebreos, europeos y
americanos. Un libro, escrito en una misma lengua, la palabra. Sin embargo, cuando se trata de
hablar, de leer literatura española nos empeñamos en abrir ese gran libro sólo
por sus páginas creadas en castellano, olvidándonos de los no pocos renglones
de oro escritos en las otras lenguas oficiales: catalán, gallego y euskera. No
tenerlos en cuenta sería quedarnos sin la única obra que se salva de la quema
en el Quijote, el Tirant lo Blanc de Joanot Martorell, sin La papallona de Narcís
Oller, o a la Joana de Joan Margarit; es renunciar a Los cantares gallegos de
Rosalía de Castro, a Herba aquí ou acolá, de Álvaro Cunqueiro, o a O lapis do
carpinteiro, de Manuel Rivas; es perderse el Harri eta herri (Piedra y Pueblo)
de Gabriel Aresti o el Obabakoak de Bernardo Atxaga.
Las literaturas de las otras lenguas de España son aquellas de las que todos hemos oído hablar, nos suenan nombres
como Rosalía de Castro, Verdeguer o Aresti y obras como Curial e Güelfa. Son
nombres y obras que, sin embargo, no llegan a calar en el público en general;
son minoritarias en la edición. Pero no por ello se puede despreciar este
legado. Cataluña, el País Vasco y Galicia son 3 grandes focos de literatura, el
que sean o no una nación queda al arbitrio de los juristas y a la opinión de
cada vecino. Más allá de las pasiones nacionalistas y antinacionalistas, lo que
está claro es que especialmente Cataluña y Galicia, y cada vez más el País
Vasco son tres de las principales zonas de creación de lo que venimos a llamar
España. Y el hecho de que la industria editorial catalana sea la principal del
país debe significar algo.
A nosotros, lo
único que nos interesa en esta exposición es revisar, aunque sea a vuelo de
pájaro, la evolución de esas tres literaturas: desde la Edad Media hasta nuestros días. Una literatura si brillante a veces,
en otras ocasiones casi desaparecida o silenciada. Tras el primer empuje
medieval de la lírica galaico-portuguesa, de la prosa de Ramón Llul o el Tirant
lo Blanc, y del arraigo de la literatura de tradición oral vasca, la producción
literaria de las otras lenguas romances de nuestro país apenas tiene obras
reseñables, apenas se manifiesta en un panorama cegado por el oro, no sólo de
las Américas, de los Cervantes, de los Quevedos, de los Góngoras y de los
Lopes. El prestigio del castellano supone el cuasi silencio de las otras
lenguas, de la creación literaria en las otras lenguas. Pero con el Romanticismo
vuelven a resurgir. La idea de que la lengua y la literatura reflejan la
personalidad de cada pueblo, de cada nación, arraigó profundamente en las zonas
de nuestro país en las que sus lenguas habían permanecido casi únicamente como
medios de expresión hablada. Es la Renaixença catalana de Carles Aribau y
Verdaguer, es el Rexurdimento de Rosalía de Castro, Eduardo Pondal y Manuel
Curros Enríquez; es el momento del nacimiento del bertso paperak en el País
Vasco y de los primeros intentos de novelas vascas, del despegarse la prosa
vasca de los temas religiosos. Sin embargo, tras el resurgir, los retrocesos
casi siempre ligados a los avatares de la vida política española, como esa
guerra civil que supuso 40 años de censura para no sólo lo literario escrito en
otra lengua que no fuera el castellano, sino incluso para el ejercicio de
hablar en esas lenguas. Es a partir de 1978, con la promulgación de la
Constitución y el reconocimiento de la oficialidad de estas lenguas, cuando
estas literaturas han comenzado una nueva etapa, una nueva andadura si más
exitosa, al menos en sus propios mercados lingüísticos, en el caso de Galicia y
Cataluña, donde puede hablarse de un mayor bilingüismo, con algunas mayores
dificultades en el caso del País Vasco.
Empecemos por el
principio, por ese primer despertar de las literaturas en lenguas romance. La
creación literaria en romance gallego, el gallego-portugués, por aquel
entonces, entre los siglos XII y XIV,
vive una edad de oro, uno de los mejores momentos de su historia. Es una de las
lenguas romances de mayor prestigio en la península y no sólo en Galicia y
Portugal, sino en Castilla, León, Aragón, la Provenza. Cancioneros como el
Livro das Cantigas, recopilado por el conde de Barcelós, el Cancionero da Ajuda
o el Cancionero Vaticana, dan fe de que el gallego-portugués es, hasta el siglo
XIV la lengua de lo lírico, así como de los géneros en los que se expresa:
géneros mayores como la cantiga del amigo (en la que el poema se pone en boca
de la amiga o amada), cantiga de amor
(en la que se expresa el amante o poeta en primera persona) y cantiga de
escarnio y maldecir (que eran composiciones de tema satírico, donde las
características positivas, físicas o espirituales de la dama, se vuelven
negativas: se ridiculizan los afeites, los cosméticos, donde se parodia el amor
cortés transformándolo en obscenidades homo o heterosexuales, o donde se
critica la avaricia y la miseria con la que se comportan algunos hombres ricos,
incluso también reparten contra los hombres de iglesia, la aristocracia, los
infantones, las falsas apariencias de los escuderos empobrecidos e incluso
hasta de los juglares y trovadores que no dominan su arte). Y junto a esos
géneros mayores, los menores: el pranto (dedicado a cantar las excelencias de
un personaje muerto), la cantiga de seguir (que parodia una composición célebre
dándole un sentido distinto) o el sirventés político, moral o literario que
critica los vicios y malos comportamientos, un género, el sirventés político,
en el que se gesta el primer poema conservado de la lírica portuguesa, Ora faz
ost’o señor de Navarra, del trovador Johan Osares de Pávia. Y junto a este
deslumbre de lo lírico en romance gallego, la aportación de Alfonso X a la
poesía narrativa religiosa: sus 427 cantigas de Santa María, de las que la
crítica admite pudieran no haber sido escritas en su totalidad por el monarca,
sino por encargo suyo. También encontramos algunos ejemplos interesantes de
narrativa en gallego-portugués, como los diferentes textos que abordan la
búsqueda del Graal o Grial o las traducciones vertidas al gallego de obras como
la Roman de Troye, pero como decimos, el verdadero oro del gallego-portugués lo
aporta su lírica.
Durante la Edad
Media el romance gallego-portugués representa para la poesía peninsular, lo que
el catalán para la prosa. La literatura en catalán si comienza su andadura en
esos moldes colectivos de sus Crónicas, son hombres de letras como Ramón Llull,
desde el docere delectare de su prosa didáctica y su novela Libre d’Evast u obras como Curial e Güelfa y Tirant lo
Blanc, los que consiguen no sólo enriquecer la lengua catalana, sino ofrecer
algunas de las mejores creaciones narrativas de nuestro medievo. De hecho,
Tirant lo Blanc es la gran novela del siglo XV, compuesta en su mayor parte por
Joanot Martorell. Y no sólo eso: uno de los títulos que abre el camino de la
modernidad literaria en Europa, en cuyas páginas se amalgaman los episodios
sentimentales con los guerreros, los pasajes narrativos con los reflexivos, el
estilo solemne con el coloquial. Es un lugar de encuentro para el humor, la ironía,
las escenas jocosas, incluso lascivas con las que se narran los amores de los
protagonistas y de otros personajes de la corte. A diferencia de la novela de
caballería europea, es un primer encuentro con lo verosímil y creíble, lo que
llevó a Cervantes a escribir en el Quijote que “por su estilo, es éste el mejor
libro del mundo. Pero no todo es prosa didáctica y narrativa en la literatura
en catalán de la Edad Media. Ahí está el Cant espiritual de Ausias March como
muestra de una poesía profunda, de temática íntima: el amor y la muerte, con
sustancia propia, que por primera vez emplea el catalán exclusivamente.
Durante el
medievo sobre todo lírica en gallego-portugués, sobre todo narrativa en
catalán, si bien con grandes poetas como Ausias March, mientras que sobre todo
de épica se llena la literatura vasca. Una épica, que ya desde sus primeras
manifestaciones, en opinión de Julio Caro Baroja, aventajaba en ciertas
cualidades líricas al resto de la poesía épica contemporánea.
Tras esas
primeras páginas doradas de las literaturas en lengua catalana, gallega y
vasca, el Renacimiento y el Barroco, si Siglos de Oro para la literatura en
castellano, supondrían séculos oscuros
para la literatura en gallego y la decadencia para la literatura catalana, cuyo
idioma queda relegado a un ámbito coloquial y folklórico. Los textos en euskera
del siglo XVI apenas son un puñado de obras surgidas de una campaña
proselitista y de evangelización de la iglesia católica ante la amenaza
calvinista. Tal vez lo más relevante de las letras vascas del quinientos sea la
primera traducción de la biblia al euskera y la edición del Modo breve de
aprender la lengua vizcaína, de Rafael de Micoleta, presbítero de Bilbao. Una
obra que contiene unas rápidas indicaciones gramaticales, un vocabulario y unos
diálogos en euskera con traducción al castellano. Sin embargo, a diferencia de
lo que ocurre con las letras gallegas y catalanas, el siglo XVII sería el gran
siglo de la literatura vasca, especialmente de su poesía, con autores como el
torrencial Etcheberri, que dedica su obra a la gente de la mar, Bernanrdo
Gazteluzar, al que define Lafitte como el poeta más fino del siglo XVII o
Arnaut Othenart, único poeta laico de esa centuria.
El catalán
literario resurge durante el segundo tercio del siglo XIX, con la llamada
Renaixença, que tuvo por símbolo a la Oda a la Patria de Carles Aribau y por
focos de difusión a revistas como La Reinaxenxa o El vapor. Es un movimiento
que supuso la rehabilitación de la lengua catalana como instrumento de cultura,
la descastellanización del catalán y de lo catalán. De la mano del romanticismo
no sólo surgen grandes poetas como Jocs Florals o María Aguiló, o el tono épico
y exaltación de lo religioso Jacint Verdaguer y ni es sólo el momento de la
novela costumbrista de Emili Vilanova, autores como Angel Guimerá, desde sus tragedias históricas hace
también posible la renaixença del teatro. Pero a lo largo del siglo XIX la
literatura en lengua catalana se deja impregnar por las principales corrientes
que sacuden las letras europeas: también el realismo y naturalismo tienen ecos
entre los renglones del catalanismo decimonónico. Narcís Oller, será el
encargado de crear la novela catalana moderna desde el realismo como ese espejo
necesario para reflejar la sociedad, con títulos como La febre d’or en la que
introduce lo psicológico o Pilar Prim, cuyos protagonistas están abocados a un
trágico final a causa de la sociedad. Un autor que tuvo especial relevancia
internacional por la carta de Zola al autor que incluía la traducción francesa
de su novela La papallona.
Un caso parecido
es el de la literatura en gallego. Tras varios siglos de letargo, en la segunda
mitad del siglo XIX toca el Rexurdimento, que tiene como fecha emblemática
1863, año de publicación de Cantares Gallegos, de Rosalía de Castro. Un
poemario que parte de la glosa de coplas populares o de sus temas. Galicia, sus
gentes, sus paisajes, sus costumbres, las fiestas populares le sirven a la poetisa para reivindicar su
tierra, para cambiar su imagen, pero también para presentar en positivo ese
sentir tan propio de los gallegos de morriña, de añoranza. Una obra que supone
no sólo el Rexurdimento de la literatura gallega, sino de la propia conciencia
gallega. Y junto a Rosalía de Castro y a su otro poemario de tono más intimo y
pesimista, Follas Novas, otros dos grandes autores de este resurgir de las
letras gallegas: Eduardo Pondal, desde cuyos versos ahonda en el pasado celta
del pueblo Gallego y Manuel Curros Enríquez, el gran poeta de lo social, con
obras como Aires da miña terra, en cuyos poemas ahonda en la difícil situación
del campesinado gallego.
Con respecto a
la literatura vasca del XIX es la que discurre entre los bertso papera y los
juegos florales. Los bertsolaris, esos nuevos trovadores que cantan y venden de
feria en feria sus canciones impresas, su bertso paperak, y los certámenes de
prosa y poesía. Y a falta de una verdadera novela vasca, las vidas de santos,
las leyendas y las fábulas.
Y con el cambio
de siglo, el también cambio de rumbo de las letras. El modernisme hecho sobre
todo de simbolismo y llegado de allende los Pirineos se posa sobre las letras
catalanas pariendo renglones que buscan romper con el pasado, europeizar la
cultura, la sociedad catalana. Es la poesía de autores como Joan Maragall o
Alexandre Riquer. El arte por el arte del modernismo, pero también la literatura
más politizada del noucentismo, de Eugenio Dórs y Joseph Carner, la más
experimental de las vanguardias, con nombres como Foie y la Poesía Pura,
desarrollada de forma paralela a la poesía de Juan Ramón Jiménez o Valey. En un momento en el que la poesía es el
camino y la narrativa de ficción encuentra muchos desdenes por parte de
modernistas y noucentistas y apenas
verdaderos aciertos más allá de la novela noucentista Fanny, de Carles
Soldevilla, o El quadern gris de Joseph Pla.
Las letras
gallegas de principios del XX prorrogan los temas y el ideario del
Rexurdimento, si otrora sólo dado forma en la poesía, ahora también en la
novela, el ensayo y el teatro, de la pluma de los autores de la Generación Nos.
Destacan la novela O porco de pé, del bífido Vicente Risco; Arredor de sí, de
Ramón Otero o el relato corto Um ollo de vidrio, de Castelao. Una literatura,
la gallega, a la que también llega la experimentación de la vantuardia, a la
vez que una nueva edad de oro para su tradición cancioneril: es el
neotrovadorismo, que une la influencia de los cancioneros galaico-portugueses,
con las técnicas de vanguardias.
Con respecto a
la literatura en euskera anterior a la guerra civil está marcada por un fuerte
nacionalismo, de la idealización del mundo ruarla, y del purismo en el uso de
la lengua, bajo el influjo de las ideas de Sabino Arana. Los certámenes
literarios siguen siendo el verdadero revulsivo de las letras vascas. Más
poesía que prosa, con título como Orixe de Nicolás Ormaetxea y el más intimista
Xavier Lizardi, con obras que de bello nombre en euskera, pero por nuestro
patanismo con los idiomas, diremos Poemas huérfanos.
Pero llegó la
guerra y con ella la página en blanco.
Afortunadamente
las literaturas en lengua catalana, gallega y vasca por aquel entonces había
adquirido el suficiente cuerpo para resistir la persecución y negación que se
les hechó encima durante el franquismo, y eso tras el fusilamiento o exilio de
los autores más representativos o de la desaparición de las editoriales y
revistas. El resultado, un panorama bastante desolador, un largo silencio que
sólo se rompió en 1945 con la publicación en México Urrundik, de Telesforo Monzón; en 1950, con A
xente da Barreira, de Ricardo Carballo Calero; y en 1952 con La novella de
Palmira, de Llorenç Villalonga.
Tras esa dura
remontada de las otras literaturas españolas, entre la mordaza y las
genialidades de autores como Cunqueiro, Vilallonga, sus nuevas poesías, sus
nuevas narrativas y sus nuevos teatros, con autores como Joseph María de
Segarra, Sergi Belbell y con desarrollos
muy parejos al del resto de las culturas literarias europeas. Si bien, es
especialmente reseñable el despegue de lo narrativo de estas tres literaturas.
La nueva novela catalana y la nova narrativa galega, se empapa de los grandes
renovadores de la literatura europea, de existencialismo y del nouveau roman,
pero también una narrativa en euskera que poco a poco consigue desembutirse de
su anterior localismo y hacerse más variada, más personal, una literatura que
ora se expresa en catalán desde la acidez de Terenci Moix, ora prefiere las
medias verdades de los cuentos de Quim Monzó; que en Euskadi lucha por no estar
al servicio de las causas no estrictamente literarias desde títulos como el
Obabakuak de Bernardo Atxaga y que en Gallego obras como Todo ben de Manuel
Rivas o Crime en Cosmpostela, de Carlos Reignosa, nos demuestran que no se
puede hablar de una única tendencia de la narrativa gallega.
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