Poema sobre los cuerpos de africanos que aparecen en las playas del Estrecho

SAMUEL 


Hablamos de la territorialidad como si fuese algo característico de los animales no sapiens sapiens y, sin embargo, el hombre es el gran parcelador de los mapas. La propiedad tal vez sea uno de los inventos menos recientes de la humanidad y a pesar de que esta convención sea la garantía de que nuestro mundo sea este y el honorario de los notarios no sea otro, lo cierto es que tal vez esta abstracción se nos haya ido de las manos a los homínidos erectos. Hemos sido capaces de que esas millas de mar que bordean nuestras naciones tengan propietario, como ocurre con el casco de cielo que nos cubre; incluso hubo a quien se le ocurrió que los rayos de sol podían tener dueño y, por tanto, ser una fuente de luz y tributos.  Hemos sido capaces de separar con concertinas el lado pobre del  rico y de renunciar a llorar por aquellos muertos que no son nuestros, aunque nuestras sean esas millas de mar que se los tragan. Imagino que es complicado velar esos cuerpos sin vida, sin nombre, sin propiedades, durante el minuto que dura la noticia en el telediario, pero, esta vez, uno de esos muertos no nuestros, tenía nombre: Samuel. 

SAMUEL 
Me aparto la venda del portátil
distraída por los gritos y risas
que arremolinan la mañana a la hora del recreo.
Imagino a todos esos niños
asomados al asombro del mundo:
la arena del patio,
los cromos repetidos,
las historias de superhéroes y titanes.
Pienso en Samuel.
Él no está encordelando su peonza,
ni jugando al rescate;
en el mar de nada valen los cruces.
Samuel no está en ese patio.
Lo conozco desde hace solo un par de días
y me gusta hablar de él en presente.
"Se llama Samuel,
tiene seis años, 
es hijo de Veronique.
Aún hoy es hijo de Veronique".
También me gusta hablar de ella en presente.
Hasta el mar que sabe hacer callar los sueños,
aún cuando se está a pocas millas de orillarlos,
a veces vuelve a parir los cuerpos
para que hablemos de ellos en presente.
Y el nuevo parto de Samuel ocurrió
_corrijo: mejor en presente_,
ocurre en una playa de Barbate,
a esa misma hora en la que a este lado del Estrecho
las madres despiertan a sus hijos para ir al colegio.
A esa misma hora en que Veronique
hubiera vestido a su hijo
si el mar y las vendas en los ojos
no se los hubieran tragado.
Solo he visto una sola vez su tamaño,
el de Samuel,
envuelto en papel dorado.
Lo vi en nuestra televisión,
tumbado sobre el castillo de arena
que construyen los niños
para que el mar no se los trague.
Sé de Samuel y Veronique
por esa noticia que el mar arrastra hasta el telediario:
"Son madre e hijo
y huyen de la República del Congo".
Suena la sirena del colegio
para hacer callar a los niños.
Samuel no la escucha 
y yo vuelvo a mi portátil.
De nada sirve llorar por Samuel y Veronique
toda la sal del Estrecho:
las lágrimas de ningún poeta
les devolverán la vida,
pero me gusta pensar en Samuel arropado entre unos versos,
a salvo del mar,
a salvo de las vendas en los ojos. 

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