TODOS LOS SUEÑOS DEL MUNDO EN LA ESTATUA DE BRONCE DE PESSOA
Poema que habla sobre la infancia, los viajes a Lisboa de la autora con sus padres y hermanos y cómo su encuentro con el grafiti de unos versos junto a la estatua de bronce de Fernando Pessoa la precipitaron en la poesía.
Viajo 650
kilómetros en el retrovisor del viejo Dodge
entre los gritos
de gaviotas de cuatro niños.
Papá conduce por
la Nacional V nuestro verano.
Él, que solo sabe
de la prosa del trabajo,
lleva hasta
nuestras ventanillas el mar de Lisboa.
Papá detiene el
Dodge en el Chiado,
cerca de A
Brasileira.
Asegura no
conocer al poeta, pero me sienta en su bronce.
Acaba de
abandonarme en la arena de unos versos de Pessoa
“para no ser nada, para nunca ser
nada,
que es lo mismo que tener en mí
todos los sueños del mundo”.
Es una hora menos que cualquier tarde de Madrid
Mientras el sol se desgasta en los
tejados del Barrio Alto,
el Dodge ruge en los adoquines de la
calzada.
Papá sostiene el volante con una
mano
y tamborilea con la otra en la pierna
de mamá:
suena una canción a la que aún no
pongo nombre de fado.
Jamás he sido testigo de nada tan
hermoso y triste como ese instante
que ahora me devuelve Amália
Rodrigues en la radio de mi coche.
Ya no hay gritos de gaviotas en el
retrovisor del Dogde
pero suena Lisboa para recordarme que
yo, que nunca seré nada,
tengo en mí todos los sueños del
mundo.
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