Carta dirigida a Gregor Samsa no sin cierto temor a terminar como él
RELATO BREVE CARTA A GREGOR SAMSA
Estimado Sr. Samsa:
Según el principio
de razón suficiente nada es aleatorio; todo ocurre por algo, aunque esa razón
sea desconocida o no quiera admitirse e incluso pueda conducirnos a la hoguera,
o como en su caso, Sr. Samsa, dejar su cuerpo todavía convexo y oscuro
“completamente plano y seco”, que es como termina Vd. al final de ese relato en
el que Franz Kafka le quiso dar vida _algo que seguramente Vd. ya intuya puesto
que es la tragedia a la que se ven abocados cuantos insectos repugnantes,
humanos o no, se introducen en hogares propios o ajenos_.
“Yo no escribo nada que carezca por completo
de relación conmigo”, comentaba Kafka a Felice en una de sus cartas y Vd., sin lugar a dudas, ser
humano-coleóptero, guarda más que relación, casi alteridad con su creador, el
sr. Kafka, del que sospecho podría ser heterónimo involuntario. A este
respecto, le ruego repare en las letras de su apellido, algo que por obvio
podría habérsele pasado por alto: ese, a, eme, ese, a. No sólo son cinco letras,
como en “Kafka”: fíjese también en la duplicación de la “a” kafkiana, en la
repetición de la primera y cuarta consonante y en esa pareja de consonantes engarzadas a
las vocales (eme y ese, en Samsa; efe y ka en Kafka). Lejos de creer en las coincidencias,
le insisto en el principio de razón suficiente: Kafka que se siente insecto decide
hacerse Samsa. Sin embargo esta no es la cuestión que me lleva a escribir la
presente misiva. Que usted sea tan Kafka como kafkiano, es algo lógico, en
tanto en cuanto es un personaje creado por Franz Kafka para hacerse Samsa, pero
¿y si además de Kafka, en Vd., humano en un cuerpo convexo y oscuro de insecto
pudiéramos sentirnos hermanados muchos otros? Me explico.
Le recuerdo cómo
Vd. se preguntaba aquella mañana después de un sueño intranquilo “¿Qué me ha
ocurrido?”. Empleó la primera persona del singular, ese “me” que considero nada baladí, y si bien dicho
pronombre ha de entenderse referido con certeza a Vd. mismo _Gregor Samsa_, y
tal y como acabo de explicarle, a la primera persona del singular del propio
Kafka, tras una larga noche de desvelo a la que me llevó la lectura de La metamorfosis, tras las patitas
ventrales vueltas hacia arriba de aquel pronombre “me”, quise ver al Borges del
Aleph, al Pessoa del Livro do Desassossego y, lo que me resultó aún más
desconcertante y absolutamente aterrador: pude verme a mí misma. Mi apellido, Barba,
contiene también 5 letras, sus dos únicas vocales son la a kafkiana, presenta
una doble consonante engastada entre las aes y, para colmo, Sr. Samsa, vivo en el
seno de una familia, como Vd. y como el propio Kafka. Imagino que se puede
hacer cargo de mi angustia.
Cualquier noche de
insomnio suele conducirnos a un sueño
intranquilo que puede volvernos otros _quién mejor que Vd. para saber esto_, y
aunque de momento no he visto cambios significativos en la morfología de mi
cuerpo, hoy, al despertarme todavía
humana no he podido evitar preguntarme “¿Qué me ha ocurrido?”. Como en un acto
reflejo, mientras el resto de los habitantes de la casa seguían dormidos, abrí con sigilo la puerta de
mi cuarto y corrí hasta la cocina sin dejar de abrir y cerrar
puertas. En el frutero quedaban aún manzanas: apenas tres. No desayuné café con
leche y galletas como de costumbre, Sr. Samsa; de hecho, me levanté algo indispuesta, con una
sensación de extrañeza en mi cuerpo, pero le reconozco que me comí una a una
aquellas manzanas verdes (repare en cómo en la palabra “manzanas” habitan las
aes kafkianas), que sentí duras como piedras lapidarias. Ya algo más aliviada
tras su ingesta, empecé a interpretar con mi violín el “Armonico Laberinto”, de Pietro Locatelli.
Desconozco si vaciar
el frutero habrá cambiado en algo el inexorable final de mi relato cualquiera
que este sea, y cualquiera que sea su autor,
pero en aquellas tres manzanas entendí la muerte en potencia de un ser
humano insecto que espero no ser todavía, si bien aún me queda cotejar esta
primera impresión mía con la de mis padres y mi hermano Gregorio, que siguen en
la cama tal vez a punto de despertarse de sus propios sueños intranquilos. Y no
es que desconfíe de ellos, ni mucho menos: los quiero, nos queremos… nos
necesitamos, pero yo sé que esta mañana en esta casa ha sucedido algo parecido
a su volverse insecto, Sr. Samsa, y, como acabo de contarle, era necesario hacer
desaparecer aquellas tres manzanas. Porque la vida es una sucesión de sueños y
amaneceres y nadie está libre de volverse
una mañana escarabajo, Samsa o Kafka. Razón suficiente, ¿no le parece?
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