ESCRIBE, ESCRIBE, ESCRIBE, PORQUE LA TIERRA NO DEJA HABLAR A LOS MUERTOS



Hoy he pensado en ti, Gabriela, para escribirte como en aquellas tardes en las que nos sentábamos en tu mesa camilla para que brotara el asombro de tus historias:


Porque la tierra 

no deja hablar a los muertos,

Gabriela volvió a engendrarme

en la urgencia de su útero anciano:

una niña a la que poder amamantar de memoria.

Al salir de la escuela, 

mis tardes, como plumas,

tomaban nota de sus guerras.

Mis palabras pequeñas ponían a salvo

el rastro del amor 

en la tapia del cementerio,

y al hijo salido de un agujero de bala.

Me decía Escribe, escribe, escribe 

para cuando el tiempo se vaya,

que la vida no quiso 

enseñarme sus letras.

Y mi lápiz escribía

“He sobrevivido al asesino”.

Un día de colegio 

la vi tirar de un carro.

Ella que era vieja, coja y sorda

podía con la carga de toda aquella miseria de cartón.

Escribí aquel momento 

para no olvidar cuánto le costaba cada suizo

con el que merendaba mi memoria. 

En la arena de nuestra última tarde de mesa camilla, 

Gabriela me entregó 

con el aguijón de su relato

a mi otra madre. 

Porque la tierra 

no deja hablar a los muertos,

escribo, escribo, escribo.

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