Microrrelato sobre los Reyes Magos


RELATO BREVE LOS CAMELLOS NO PISAN LA NIEVE



Cuando se vencía de sueño la tarde y cenábamos con la abuela, a veces me contaba que de niña, en aquel tiempo en el que aún no existían móviles ni consolas de esas que hacen que los nietos ya no escuchen a sus abuelas, en la noche de Reyes, ella y sus hermanos dormían con ojos de búho, pendientes de cada ruido. Y aquella noche sonaba todo: la madera carcomida de los baúles,  la escarcha de la ventana y los ratoncitos que habitaban el altillo. Sonaba todo, decía la abuela, hasta los corazones impacientes de los tres hermanos por ver si los Magos de Oriente se acordaban de ellos. El sueño, aunque tarde, llegaba siempre. Se despertaban al alba con los gritos del tío abuelo Anselmo, el hermano mayor de la abuela: ¡Han llegado! ¡Han llegado! ¡Se acordaron de nosotros! Y ahí estaban los tres paquetitos de Oriente envueltos en papel de estraza sobre el frío alféizar de la cocina: unos higos con almendras para el pequeño, un pañuelito bordado para la abuela y una perra chica para el tío Anselmo, el mayor. Las mañanas de Reyes solían despertar al pueblo con alguna gran nevada  y  mayores y pequeños tenían que recomponer los caminos con palas y manos muertas de frío. Una vez  la abuela preguntó a su padre cómo se las ingeniaban los Reyes para llegar a la casa sin que sus camellos dejaran una sola huella sobre la nieve. "Los camellos saben echarse las pezuñas al hombro", le contestó muy convencido su padre. 

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