Déjame que te cure

REFLEXIÓN CUARENTA AÑOS DESPUÉS

           Recuerdo la letanía de chicharras de aquella tarde de calor en Vallecas. Yo era pequeña, cuatro, tal vez cinco años. Jugaba en la calle, en mitad de la carretera, porque en aquel momento todavía  era inmortal. ¡Niña, niña! El chirriar de los frenos, los gritos de aquel muchacho y los jirones de la bicicleta clavados en mi rodilla. La sangre borró mi pierna y él me llevó en sus brazos ante ti. Yo no paraba de aullarte, como si al pronunciar ese mamá  el mundo pudiera volver a su orden.
           A veces el frío mezquino del invierno me devuelve el dolor de aquella cicatriz que cose mi rodilla. En ella siento tu mano tibia curando la herida de aquel verano, soplando amor para que no escociera. "Déjame que te cure. Tienes que ser valiente". Me lo repetiste tantas veces que, 40 años después, sigues siendo tú la que me soplas en las heridas que nadie ve, mientras yo me hago la valiente.

          Feliz día de la madre.

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