Microrrelato sobre un macaco albino que vuela por los aires

RELATO EL PLAN TRANCOSO DE MARGARITO BRANCO

Un macaco albino, un traje roído por los ratones y algún trozo de lechuga en los bolsillos. Eso y un maletín negro era todo el equipaje que Margarito Branco tuvo que subir a aquella ratonera que el Ciego le había alquilado en concepto de apartamento. “De lo mejorcito que puede encontrar uno por 1000 escudos al día en Alfama”, le aseguró el casero invidente. Aunque justito, había espacio suficiente para la convivencia de multitud de seres artrópodos con los que ni siquiera Margarito, hombre de gran experiencia carcelaria, había convivido a la vez en ninguna de las celdas portuguesas por las que había pasado.  Las telas de araña arropaban las decenas de desconchones que carcomían las paredes. Cucarachas, hormigas y larvas se habían repartido en tres segmentos el suelo de aquel cuchitril. El techo, el espacio aéreo y el escaso mobiliario también tenían sus propios inquilinos invertebrados: moscas en la alacena, chinches en el colchón, carcoma en la silla y la mesa, sin contar con las nuevas incorporaciones: las pulgas del macaco albino y los piojos que sus compañeros indigentes del Chiado compartieran con Margarito Branco antes de su golpe de suerte.

Si bien es cierto  que Margarito Branco veía su nueva morada como la antesala de su verdadero paraíso en Brasil, a Caco, el macaco albino, aquel cuchitril le parecía bastante mejor que el tenebroso y angosto pasadizo de la estación de Santa Justa donde había pasado los dos últimos años con Margarito, después de que lo abandonase junto a un basurero el dueño del circo donde actuaba. Margarito Branco, que realizaba sus compras diarias en aquel supermercado del desperdicio, se encontró con el que sería su mayor hallazgo: un macaco albino, al que bautizó como CACO, no por querer abreviar, porque en la vida de un indigente si precisamente sobra algo es tiempo para recrearse en el nombre de las cosas, sino porque el macaco albino resultó ser todo un experto en el mundo del estraperlo, un ladrón de guante albino, que si bien empezó por el hurto de monedas, pronto se aficionó a las carteras, móviles y joyas. Margarito Branco, en un principio, sólo pretendía exhibir al turisteo extranjero del Rossío este exótico primate de 50 cm de cuerpo y metro y medio de cola, que además de ser albino realizaba increíbles acrobacias circenses y juegos malabares con lechugas. Pero gracias a su habilidad sisona, consiguió que las recaudaciones de su nuevo amo fueran considerablemente más elevadas. Aunque Caco había logrado que Margarito Branco pudiera cambiar de supermercado, el del desperdicio por el Pao de Açúcar de una esquina cercana al pasadizo de la estación, lo cierto es que el dinero no llegaba para sacarles de la calle. Hasta que sucedió lo del maletín negro. 

Esta vez no fueron monedas, ni móviles, ni joyas, ni carteras... Fue un maletín negro que había entre las piernas de un tipo rubio, muy rubio, corpulento, muy corpulento y alto, altísimo (o al menos eso percibió Margarito desde lo oscuro de su cabello, lo esmirriado de su talle y el metro y medio de su estatura). Vestía un traje azul diplomático y corbata del mismo color. Mientras el tipo rubio observaba los malabares de Caco, el macaco albino le arrojó las lechugas para, a velocidad supersónica, hacerse con su maletín negro. Caco, de un piruetazo imposible saltó al toldo del snack-bar que tenía a su espalda, a la vez que el tipo extranjero profería un número indeterminado de lo que suponemos palabras poco amables en una lengua desde luego no románica. El mono, ante tanta palabrería incomprensible, optó por saltar a otro toldo y a otro más allá y a otro y cuando se agotaron los toldos de la Rua Argenta, siguieron las farolas y los coches e incluso algún desprevenido hombro transeúnte.  A pesar de sus no menos de 120 kilos,  el tipo rubio, alto y corpulento, se apresuró cual gacela tras el mono. Y si bien es cierto que durante 5 minutos demostró su dominio del salto de obstáculos y la carrera de velocidad, la presa albina resultó demasiado acrobática y escurridiza para el extranjero. Margarito Branco que durante algunos minutos permaneció entre el grupo de espectadores que observaban absortos pero animados la escena, en cuanto perdió de vista al perseguidor y al perseguido, antes al segundo que al primero, se apresuró al pasadizo de la estación, destino seguro de la fuga de su compañero. Pero no por la ruta que solía tomar, no cruzó la Rua de Argenta ni la Praça do Comercio. Atravesó por calles menos transitadas, mirando siempre hacia atrás, vigilante. Esta vez Caco no había utilizado sus depuradas técnicas de robo invisible. Todo el mundo lo había visto. Todo el mundo sabía que había sido el macaco albino el que había robado el maletín negro y en el Rossío no había tantos macacos albinos ni tantos dueños de macacos albinos como para que Margarito Branco y Caco pudieran pasar desapercibidos, como para que el rubio extranjero no diese con ellos tarde o temprano. Además, el indigente portugués y contrabandista de tabaco retirado intuía que ese maletín negro guardaba algo muy gordo, como todos los maletines negros de las películas americanas.

Cuando Margarito Branco llegó a su escondite, allí estaba el macaco albino con el maletín negro. Un millón de dólares distribuido en sendas filas con 50 fajos de billetes usados de 100 dólares , con el que el tipo extranjero pensaba comprar una poderosa arma nuclear a un traficante ruso, fantaseaba el todavía sofocado indigente. Un  millón de dólares, o 3 bolsitas de cocaína colombiana de un kilo cada una, que en el mercado negro podrían cotizarse por bastante menos que una poderosa arma nuclear rusa, pero tampoco era cuestión de ponerse tontos. ¿Y si fuesen unos documentos secretos que implicaban al gobierno americano en el tráfico de órganos en países asiáticos? ¿Y eso, cómo se cuantificaba? Era bastante más sencillo lo de la coca, porque la coca es algo tangible, algo medible, tiene una cotización que puede fluctuar más o menos en función de la oferta y la demanda. ¿Pero cómo podría calcular Margarito Branco el valor de unos informes secretos que implicaban al mismísimo gobierno americano? Además, colocar la coca le resultaría mucho más fácil con sus antiguos contactos de las Docas de Santo Amaro. Por lo menos era un ambiente que conocía. Bien es verdad que había sido contrabandista de tabaco americano: Winston y Camel, en concreto. Nada que ver con la cocaína colombiana y además, siempre había terminado en prisión, pero al menos no era partir de cero. Tabaco, alcohol, cocaína, ¿qué más daba? El problema estaba en  cómo caralho colocar esos documentos. ¿Se ponía en contacto con la embajada inglesa?, ¿la rusa?, ¿la francesa? ¿Un indigente portugués inculpando al estado americano de un entramado de tráfico de órganos en Asia gracias a que su macaco albino adivinó, mientras hacía juegos malabares con dos lechugas en el Rossío, que un maletín de entre el público contenía documentos tan secretos como la oscura vida pasada de Margarito Branco?

_Mejor que el contenido del maletín negro sea el millón de dólares o en su defecto, los 3 kilos de cocaína colombiana.

Lo cierto es que en cualquiera de los tres supuestos, el maletín negro tenía un dueño rubio, alto y corpulento que sabía perfectamente quiénes se lo habían robado y que en esos momentos les estaría pisando los talones. No se lo habían puesto muy difícil. Bastaba con preguntar por un macaco albino con un maletín negro, por lo que Margarito Branco decidió que no había tiempo para descubrir el contenido del botín. Era hora de mudarse de casa, de buscar un lugar más seguro, un sitio donde refugiarse temporalmente hasta conseguir trazar un buen plan para su nueva vida opulenta. Pero si algo tenía claro es que esa nueva vida se desarrollaría en Brasil, en Trancoso, un pequeño paraíso en el Atlántico, de playas infinitas, de palmerales increíbles, lleno de casitas multicolores y mulatas de cuerpos perfectos, de culos orondos, de pechos opíparos: ah, que coisa mais linda, tao cheia de graça... Y quién sabe si Caco podría encontrar su propia macaca mulata.

Finalizados todos estos planteamientos, Margarito Branco decidió que el mejor escondite temporal para un indigente con un macaco albino y un maletín negro era Alfama, el antiguo barrio árabe de Lisboa, sobre todo porque allí estaba el Ciego, un proxeneta invidente que invertía sus ahorrillos en bienes inmuebles para luego alquilárselos a prostitutas (con sus correspondientes descuentos a las que tenían relación laboral con él), chorizos de poca monta e indigentes venidos a más. Y ése era el caso de Margarito Branco.   El Ciego le había alquilado un apartamento justito para dos mamíferos, aunque suficientemente holgado para la convivencia de miles de artrópodos invertebrados, como ya hemos mencionado al comienzo de este relato. Y ahí estaban Margarito Branco, su macaco albino y el maletín negro.

Era un maletín de piel resplandeciente, asa rígida ribeteada con formas geométricas y dos cierres de seguridad con código numérico de color dorado. Un maletín así había sido creado para llevar algo realmente importante, realmente valioso o realmente secreto, pensó el excontrabandista de tabaco americano.  Mientras Margarito Branco examinaba milímetro a milímetro aquel tesoro de la marroquinería, Caco descubría sus grandes dotes insecticidas. En menos de 2 minutos su larga y delgada cola albina había acabado con la vida de 5 cucarachas. Ahora parecía dispuesto a probar suerte con el segmento de las hormigas. Margarito Branco ya había observado el maletín negro desde varias perspectivas. Lo había tocado, lo había acariciado, lo había olfateado. Se acercó para escucharlo y... Suena algo dentro. ¡Zas! Caco había aplastado sin piedad una hormiga. Caco, ¡calla! ¡Zas! ¡Zas! Otras 2 hormigas. El mono no paraba de saltar de una pared a otra. Su cola parecía tener vida propia. ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! Estaba enajenado, poseído por aquel museo vivo del insecto. Caco, ¡calla! Te digo que suena algo dentro. ¿No oyes un pitido? Pero el macaco albino estaba totalmente descontrolado, con los ojos encendidos en llamas. Las dos manchas rojas en aquel cuerpo blanco le daban aspecto de diablo matainsectos. ¡Puuuuum! ¡Plas! La cola del macaco   tumbó de un golpe seco el maletín. Caco, pa! Vai para o caralho! Tenha cuidado! Margarito Branco no se percató del aspecto diablesco de su mono. Ni del rastro de sangre invertebrada del apartamento. Con el golpe, el pitido del maletín negro se había hecho más intenso  y los saltos del macaco albino habían dado paso a los espasmos y las convulsiones. Tengo que abrirlo ya.

Margarito Branco comenzó el ritual de combinar los 3 números que tenía cada uno de los dos cierres de seguridad. 323 – 323, 000 – 000, 666 – 666, 565-555. Después de probar más de 50, tal vez 70 combinaciones, decidió que no era el momento de jugar al álgebra. Lo mejor sería romperlo. Margarito Branco sacó su vieja navaja del bolsillo izquierdo del pantalón y asestó una cuchillada certera al maletín a la vez que volvía la cabeza para contemplar atónito a su mono, tendido en el suelo, boca abajo, con su cola antes blanca, ahora color sanguina, dando vueltas como la hélice de un helicóptero.

¡Caco! La punta de la navaja penetró primero suave y diligente por la piel negra, el cartón, y el espacio vacío, hasta chocar con algo inesperadamente rígido que dobló la hoja de la navaja, haciéndola saltar por los aires. El pitido se detuvo. La cuchilla cayó junto al mono. Una luz roja intermitente se escapaba por el orificio abierto por la navaja. ¡Caco, ya sé lo que hay dentro!!

Una fuerte explosión despidió a los dos primates, superior e inferior, contra las paredes de la ratonera de Alfama que, a su vez, fueron despedidas del edificio que, a su vez, fue despedido del barrio. Los planes de vida opulenta en Trancoso y el viejo edificio del Ciego, quedaron reducidos a escombros humeantes, por los que se paseaba sonriente el extranjero rubio, corpulento y alto. Al día siguiente del Bigbang de Alfama, el Diario da Manhá abría su edición matutina con el siguiente titular a 3 columnas: Un indigente y su mono albino, terroristas suicidas del atentado de Alfama.

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