Microrrelato sobre un macaco albino que vuela por los aires
RELATO EL PLAN TRANCOSO DE MARGARITO BRANCO
Si bien es
cierto que Margarito Branco veía su
nueva morada como la antesala de su verdadero paraíso en Brasil, a Caco, el
macaco albino, aquel cuchitril le parecía bastante mejor que el tenebroso y
angosto pasadizo de la estación de Santa Justa donde había pasado los dos
últimos años con Margarito, después de que lo abandonase junto a un basurero el
dueño del circo donde actuaba. Margarito Branco, que realizaba sus compras
diarias en aquel supermercado del desperdicio, se encontró con el que sería su
mayor hallazgo: un macaco albino, al que bautizó como CACO, no por querer
abreviar, porque en la vida de un indigente si precisamente sobra algo es
tiempo para recrearse en el nombre de las cosas, sino porque el macaco albino
resultó ser todo un experto en el mundo del estraperlo, un ladrón de guante
albino, que si bien empezó por el hurto de monedas, pronto se aficionó a las
carteras, móviles y joyas. Margarito Branco, en un principio, sólo pretendía
exhibir al turisteo extranjero del Rossío este exótico primate de 50 cm de
cuerpo y metro y medio de cola, que además de ser albino realizaba increíbles
acrobacias circenses y juegos malabares con lechugas. Pero gracias a su
habilidad sisona, consiguió que las recaudaciones de su nuevo amo fueran
considerablemente más elevadas. Aunque Caco había logrado que Margarito Branco
pudiera cambiar de supermercado, el del desperdicio por el Pao de Açúcar de una
esquina cercana al pasadizo de la estación, lo cierto es que el dinero no
llegaba para sacarles de la calle. Hasta que sucedió lo del maletín negro.
Esta
vez no fueron monedas, ni móviles, ni joyas, ni carteras... Fue un maletín
negro que había entre las piernas de un tipo rubio, muy rubio, corpulento, muy
corpulento y alto, altísimo (o al menos eso percibió Margarito desde lo oscuro
de su cabello, lo esmirriado de su talle y el metro y medio de su estatura).
Vestía un traje azul diplomático y corbata del mismo color. Mientras el tipo
rubio observaba los malabares de Caco, el macaco albino le arrojó las lechugas
para, a velocidad supersónica, hacerse con su maletín negro. Caco, de un
piruetazo imposible saltó al toldo del snack-bar que tenía a su espalda, a la
vez que el tipo extranjero profería un número indeterminado de lo que suponemos
palabras poco amables en una lengua desde luego no románica. El mono, ante
tanta palabrería incomprensible, optó por saltar a otro toldo y a otro más allá
y a otro y cuando se agotaron los toldos de la Rua Argenta, siguieron las
farolas y los coches e incluso algún desprevenido hombro transeúnte. A pesar de sus no menos de 120 kilos, el tipo rubio, alto y corpulento, se apresuró
cual gacela tras el mono. Y si bien es cierto que durante 5 minutos demostró su
dominio del salto de obstáculos y la carrera de velocidad, la presa albina resultó
demasiado acrobática y escurridiza para el extranjero. Margarito Branco que
durante algunos minutos permaneció entre el grupo de espectadores que
observaban absortos pero animados la escena, en cuanto perdió de vista al
perseguidor y al perseguido, antes al segundo que al primero, se apresuró al
pasadizo de la estación, destino seguro de la fuga de su compañero. Pero no por
la ruta que solía tomar, no cruzó la Rua de Argenta ni la Praça do Comercio.
Atravesó por calles menos transitadas, mirando siempre hacia atrás, vigilante.
Esta vez Caco no había utilizado sus depuradas técnicas de robo invisible. Todo
el mundo lo había visto. Todo el mundo sabía que había sido el macaco albino el
que había robado el maletín negro y en el Rossío no había tantos macacos
albinos ni tantos dueños de macacos albinos como para que Margarito Branco y
Caco pudieran pasar desapercibidos, como para que el rubio extranjero no diese
con ellos tarde o temprano. Además, el indigente portugués y contrabandista de
tabaco retirado intuía que ese maletín negro guardaba algo muy gordo, como
todos los maletines negros de las películas americanas.
Cuando Margarito
Branco llegó a su escondite, allí estaba el macaco albino con el maletín negro.
Un millón de dólares distribuido en sendas filas con 50 fajos de billetes
usados de 100 dólares , con el que el tipo extranjero pensaba comprar una
poderosa arma nuclear a un traficante ruso, fantaseaba el todavía sofocado
indigente. Un millón de dólares, o 3
bolsitas de cocaína colombiana de un kilo cada una, que en el mercado negro
podrían cotizarse por bastante menos que una poderosa arma nuclear rusa, pero
tampoco era cuestión de ponerse tontos. ¿Y si fuesen unos documentos secretos
que implicaban al gobierno americano en el tráfico de órganos en países
asiáticos? ¿Y eso, cómo se cuantificaba? Era bastante más sencillo lo de la
coca, porque la coca es algo tangible, algo medible, tiene una cotización que
puede fluctuar más o menos en función de la oferta y la demanda. ¿Pero cómo
podría calcular Margarito Branco el valor de unos informes secretos que
implicaban al mismísimo gobierno americano? Además, colocar la coca le
resultaría mucho más fácil con sus antiguos contactos de las Docas de Santo
Amaro. Por lo menos era un ambiente que conocía. Bien es verdad que había sido
contrabandista de tabaco americano: Winston y Camel, en concreto. Nada que ver
con la cocaína colombiana y además, siempre había terminado en prisión, pero al
menos no era partir de cero. Tabaco, alcohol, cocaína, ¿qué más daba? El
problema estaba en cómo caralho
colocar esos documentos. ¿Se ponía en contacto con la embajada inglesa?, ¿la rusa?,
¿la francesa? ¿Un indigente portugués inculpando al estado americano de un
entramado de tráfico de órganos en Asia gracias a que su macaco albino adivinó,
mientras hacía juegos malabares con dos lechugas en el Rossío, que un maletín
de entre el público contenía documentos tan secretos como la oscura vida pasada
de Margarito Branco?
_Mejor que el
contenido del maletín negro sea el millón de dólares o en su defecto, los 3
kilos de cocaína colombiana.
Lo cierto es que en cualquiera de los tres supuestos, el maletín negro tenía un dueño rubio, alto y corpulento que sabía perfectamente quiénes se lo habían robado y que en esos momentos les estaría pisando los talones. No se lo habían puesto muy difícil. Bastaba con preguntar por un macaco albino con un maletín negro, por lo que Margarito Branco decidió que no había tiempo para descubrir el contenido del botín. Era hora de mudarse de casa, de buscar un lugar más seguro, un sitio donde refugiarse temporalmente hasta conseguir trazar un buen plan para su nueva vida opulenta. Pero si algo tenía claro es que esa nueva vida se desarrollaría en Brasil, en Trancoso, un pequeño paraíso en el Atlántico, de playas infinitas, de palmerales increíbles, lleno de casitas multicolores y mulatas de cuerpos perfectos, de culos orondos, de pechos opíparos: ah, que coisa mais linda, tao cheia de graça... Y quién sabe si Caco podría encontrar su propia macaca mulata.
Finalizados todos estos planteamientos, Margarito Branco decidió que el mejor escondite temporal para un indigente con un macaco albino y un maletín negro era Alfama, el antiguo barrio árabe de Lisboa, sobre todo porque allí estaba el Ciego, un proxeneta invidente que invertía sus ahorrillos en bienes inmuebles para luego alquilárselos a prostitutas (con sus correspondientes descuentos a las que tenían relación laboral con él), chorizos de poca monta e indigentes venidos a más. Y ése era el caso de Margarito Branco. El Ciego le había alquilado un apartamento justito para dos mamíferos, aunque suficientemente holgado para la convivencia de miles de artrópodos invertebrados, como ya hemos mencionado al comienzo de este relato. Y ahí estaban Margarito Branco, su macaco albino y el maletín negro.
Era un maletín de piel resplandeciente, asa rígida ribeteada con formas geométricas y dos cierres de seguridad con código numérico de color dorado. Un maletín así había sido creado para llevar algo realmente importante, realmente valioso o realmente secreto, pensó el excontrabandista de tabaco americano. Mientras Margarito Branco examinaba milímetro a milímetro aquel tesoro de la marroquinería, Caco descubría sus grandes dotes insecticidas. En menos de 2 minutos su larga y delgada cola albina había acabado con la vida de 5 cucarachas. Ahora parecía dispuesto a probar suerte con el segmento de las hormigas. Margarito Branco ya había observado el maletín negro desde varias perspectivas. Lo había tocado, lo había acariciado, lo había olfateado. Se acercó para escucharlo y... Suena algo dentro. ¡Zas! Caco había aplastado sin piedad una hormiga. Caco, ¡calla! ¡Zas! ¡Zas! Otras 2 hormigas. El mono no paraba de saltar de una pared a otra. Su cola parecía tener vida propia. ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! Estaba enajenado, poseído por aquel museo vivo del insecto. Caco, ¡calla! Te digo que suena algo dentro. ¿No oyes un pitido? Pero el macaco albino estaba totalmente descontrolado, con los ojos encendidos en llamas. Las dos manchas rojas en aquel cuerpo blanco le daban aspecto de diablo matainsectos. ¡Puuuuum! ¡Plas! La cola del macaco tumbó de un golpe seco el maletín. Caco, pa! Vai para o caralho! Tenha cuidado! Margarito Branco no se percató del aspecto diablesco de su mono. Ni del rastro de sangre invertebrada del apartamento. Con el golpe, el pitido del maletín negro se había hecho más intenso y los saltos del macaco albino habían dado paso a los espasmos y las convulsiones. Tengo que abrirlo ya.
Margarito Branco comenzó el ritual de combinar los 3 números que tenía cada uno de los dos cierres de seguridad. 323 – 323, 000 – 000, 666 – 666, 565-555. Después de probar más de 50, tal vez 70 combinaciones, decidió que no era el momento de jugar al álgebra. Lo mejor sería romperlo. Margarito Branco sacó su vieja navaja del bolsillo izquierdo del pantalón y asestó una cuchillada certera al maletín a la vez que volvía la cabeza para contemplar atónito a su mono, tendido en el suelo, boca abajo, con su cola antes blanca, ahora color sanguina, dando vueltas como la hélice de un helicóptero.
¡Caco! La punta de la navaja penetró primero suave y diligente por la piel negra, el cartón, y el espacio vacío, hasta chocar con algo inesperadamente rígido que dobló la hoja de la navaja, haciéndola saltar por los aires. El pitido se detuvo. La cuchilla cayó junto al mono. Una luz roja intermitente se escapaba por el orificio abierto por la navaja. ¡Caco, ya sé lo que hay dentro!!
Una fuerte explosión despidió a los dos primates, superior e inferior, contra las paredes de la ratonera de Alfama que, a su vez, fueron despedidas del edificio que, a su vez, fue despedido del barrio. Los planes de vida opulenta en Trancoso y el viejo edificio del Ciego, quedaron reducidos a escombros humeantes, por los que se paseaba sonriente el extranjero rubio, corpulento y alto. Al día siguiente del Bigbang de Alfama, el Diario da Manhá abría su edición matutina con el siguiente titular a 3 columnas: Un indigente y su mono albino, terroristas suicidas del atentado de Alfama.
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